Ciencia ficción y academicismo

Las novelas de ciencia ficción de Isaac Asimov se enmarcan en sociedades de un futuro extremadamente lejano donde, por norma general, todos los integrantes de esta sociedad son técnicos y las artes ya no existen ni se practican. La crítica literaria ha desplazado a Isaac Asimov del círculo intelectualoide debido (dicen) a la deshumanización de sus personajes. ¡Obvio! En una sociedad donde la cultura ha desaparecido y las personas se han convertido en eficientes individuos de la productividad no puede haber una humanidad tal como la conocemos; lo inverosímil sería lo contrario.

El academicismo en el mundo literario siempre ha preferido los temas universales: la marginación de los personajes de Dickens debido al contexto histórico industrial; los personajes nostálgicos de Hardy, resignados a ver cómo el mundo se transformaba a finales del XIX; la gran literatura rusa y su complejidad. En el siglo XX el punto débil de los académicos son las referencias a la literatura y filosofía griegas y la de sus herederos: los romanos El mejor ejemplo es el Ulysses de James Joyce, considerado por la mayoría de críticos como la mejor novela del siglo XX, y ‘oh, dios mío’ se llama como el Ulises de Homero.

Ahora mismo no me viene a la cabeza ninguna novela que mire al futuro y sea alabada por la crítica especializada (a excepción de 1984, de Orwell, y además con reticencias). Son más las novelas que miran al pasado o desarrollan temas enmarcados en los problemas de su tiempo las que se llevan las alabanzas. Si la literatura de ciencia ficción crea mundos y universos paralelos de una imaginación que hasta Chaucer envidiaría, también ha tenido que crear un mundo paralelo: sus propios premios, sus propios críticos, sus propias ferias de presentación. Un mundo paralelo donde sus lectores son considerados freaks. El colectivo de estos escritores y sus editores tienen gran culpa de los prejuicios ocasionados debido a esas portadas estéticamente terribles que presentan sus obras.

Es cierto que estas novelas pueden presentar, en ocasiones, un vocabulario pobre que no experimenta con el lenguaje y como consecuencia la lectura resulta liviana y prácticamente irrelevente para el desarrollo de la lengua en la que está escrita; no crea tendencias linguísticas para ser estudiadas. Pero más allá de las cubiertas con naves espaciales se esconde una filosofía que nos habla de lo que está por llegar: del individualismo, de la productividad económica por encima del desarrollo personal, de lo rápido, de la falta de empatía y, en conclusión, de la falta de humanidad y desapego a los sentimientos.

En ‘el fin de la eternidad’ de I. Asimov el personaje principal quiere amar, pero el sistema no se lo permite, no sabe cómo hacerlo, estudia por su cuenta la prehistoria, que en esa época es nuestra historia, y la ve lejana y demasiado empática, el personaje no puede ser complejo emocionalmente en una sociedad que no promueve la empatía. No ocurre lo mismo en la saga de ‘el juego de Ender’ saga de Orson Scott Card, donde el protagonista lleva los valores liberales y morales de finales del siglo XX a siglos venideros creando un conflicto tecnológico-moral, donde política y filosofía se fusionan. La primera novela es una lectura juvenil, sin demasiadas pretensiones, pero una antesala de lo que vendría en sus tres entregas posteriores: una historia que, a pesar de ser ciencia ficción, tiene credibilidad, y los personajes trágicamente shakesperianos. Scott Card, incurable moralista debido a su condición de mormón, cuenta esta historia con argumentaciones tan bien elaboradas que uno piensa que podría convener a cualquiera de convertirse al mormonismo.No nos engañemos, la ciencia ficción en general es mediocre, pero algunas obras deberían estar donde se merecen, y no estar ganando solamente premios nébula. Si los avances tecnológicos le han dado la razón a Julio Verne, la pasividad empática le dará la razón a Asimov.

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Acerca de nada de Isaac Asimov.

Toda la Tierra aguardaba a que el pequeño agujero negro la arrastrara hasta su fin. Había sido descubierto por el profesor Jerome Hieronymus a través del telescopio lunar en 2125, y a todas luces iba a acercarse lo suficiente como para crear una marea de destrucción total.

Toda la Tierra hizo testamento, y la gente lloró, los unos en los hombros de los otros, diciéndose «Adiós, adiós, adiós». Los maridos dijeron adiós a sus mujeres, los hermanos dijeron adiós a sus hermanas, los padres dijeron adiós a sus hijos, los amos dijeron adiós a sus animalitos de compañía, y los amantes se susurraron adiós al oído.

Sin embargo, a medida que el agujero negro se acercaba, Hieronymus notó que no había efecto gravitatorio. Lo estudió más atentamente y anunció, con una risita, que después de todo no se trataba en absoluto de un agujero negro.

-No es nada -dijo-. Simplemente un asteroide vulgar al que alguien pintó de negro.

Fue muerto por una multitud enfurecida, pero no por eso. Fue muerto tan sólo después de que anunciara públicamente que iba a escribir una gran y emocionante obra acerca del episodio.

Dijo:

-La titularé Mucho adiós acerca de nada.

Toda la humanidad aplaudió su muerte.

Un pensamiento en “Ciencia ficción y academicismo

  1. Si la frase es «much adieu about nothing», la traducción podría ser «mucho adiós y pocas nueces», como en la obra de Shakespeare con la que hace el juego de palabras.

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